de machos
Ella ya sabía que iba a ir, pero no se molesto en despertar al nuevo inquilino, ni se molesto ella misma en vestirse, sólo se puso los calzones que sabía eran los favoritos de nuestro héroe (o antihéroe). Sabía que era lo justo, más que por un plan maquiavélico o por un cinismo de vieja ligera resultaba ser más un deseo por complacerle, por hacerle sentir bien o que la viera bien, como a él le gustaba, antes de que hiciera lo que tenía que hacer. Ella sabía lo mucho que se había equivocado, y a pesar de los bonitos calzones casi transparentes no quiso tampoco evitar que cumpliera con su viril venganza. Por eso no despertó al nuevo y lo dejó ahí, denudo y tendido en la cama que era más de él que de ella. El nuevo era más como una sábana que había puesto para no sentir la áspera superficie del colchón viejo y muy usado.
El héroe aún conserva sus llaves, siempre se negó a deshacerse de ellas. Como aquella vez cuando fue una monjita a su casa trespesera a pedir la donación de llaves para un enorme monumento a una monja llamada Patricia que había muerto “mártir” en una colonia cercana al defender a una niña bastarda que se acostaba con su padrastro y que estaba a punto de ser linchada. Al final no se entiende por qué lo de “mártir” si no consiguió nada, después de quemar a la monja un grupo de cholos violó y destazó a la quinceañera depravada en un lote baldío.
Gustoso iba a donar la llave pero cuando la sacó de su pantalón sintió una ligereza a la que no estaba acostumbrado. Es de esas personas que gustan de cargar con un montón de basura sentimental.
Una cuadra antes de llegar a casa de ella (que durante varios años también fue de él) el perro – gato se desvió para olerle la vagina a una perrita fina que estaba curioseando en una frutería. El héroe volteó como despidiéndose temporalmente de su acompañante, se propuso adoptarlo cuando regresara de cumplir su deber.
Cuando se paró frente a la puerta del departamento se dio cuenta que la puerta estaba recién pintada. También había un par de macetas nuevas en la entrada, una con tulipanes rojos y otra con lilys. Cuando introdujo la llave el ruido se escuchó hasta el cuarto principal, donde ella sintió un escalofrío que le recorrió desde la punta del pie hasta su cintura, el mismo que sentía cada que él llegaba a casa después del trabajo.
Él decidió no inspeccionar más, no se detuvo a ver la pintura que él mismo había hecho y que ahora estaba enmarcada en el pasillo, tampoco notó que en el perchero aún estaba su sombrero favorito o que la cocina olía a paella, su platillo favorito, ni siquiera sus pies notaron la alfombra nueva, con el diseño que él había escogido y que ella se había negado a comprar durante tanto tiempo con la excusa de que le causaba alergia. En menos tiempo de lo que ella esperaba él ya estaba parado en la entrada sin puerta, en una pose que lo hacía ver más atractivo de lo que ella lo recordaba.
Una vez hecho lo que debía hacerse él entonces notó todos los detalles del departamento que habían pasado desapercibidos por la ansiedad que le molestaba cuando entró, además de la prisa, como si se le fuera a hacer tarde para llegar después a otro lado. Notó el sombrero en el perchero, la pintura, incluso fue a la cocina a servirse algo de paella, abrió una coca y cuando se sentó en la mesa también alcanzó a ver la alfombra. De hecho no se veía tan bien como él la había visualizado. Abrió una coca y le dio un trago bien grande, de esos que cuando está bien fría calan bien rico en la garganta.
Después de comer salió, sin la prisa con la que había entrado, el perro – gato ya lo estaba esperando afuera.
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